¡Maisanta, que son bastantes!
Dom, 08/11/2009
Hoy es domingo 8 de noviembre y se cumplen ochenta y cinco años de la muerte en prisión del general Pedro Pérez Delgado, a quien los pueblos de la inmensa sabana llamaron "El último hombre a caballo". Por allí se me van los recuerdos en estas líneas de hoy. Pero los recuerdos se entrelazan con la historia real, la historia viva, la que palpita en el corazón de la tierra Patria.
Hoy, casi medio siglo después, recuerdo haberlo oído clarito, mientras jugábamos en el patio trasero que daba con la selva por donde cruzaba un camino bordeado de grandes matas de mango y por el cual se podía llegar, allá a lo lejos, a la carretera negra.
Era aquella la casa grande de la bisabuela Marta, allá en las riberas del Caño e´ Raya, donde comienzan las antiguas selvas de Mijagual que se entregan luego en brazos del impetuoso Río Apure. Sí. Lo oímos clarito. Éramos un grupo de niños de entre 6 y 10 años, Adrián, Guillermo, Chiche, Adán, Nacho... Y yo que era de los más pequeños, con el cabello amarillo y hecho todo un amasijo de chicharrones, por lo que todos me decían "bachaco". En verdad era un bachaquito más, en medio de aquellos campos llaneros donde se mezclaron todas las razas; la india, la blanca, la negra, todas.
Lo oímos clarito y salió de la cocina donde hacían la comida, tomaban café y conversaban hombres y mujeres de la familia, entre ellos mi padre y mi madre. Fue como un rayo. "Ese era un asesino" dijo alguien. Hablaban de Pedro, el abuelo de Elena, mi madre. Pedro Pérez o Maisanta. Pedro Pérez Delgado, pues.
Me traje por muchos años aquella especie de condena, "ese era un asesino", y nunca supe por qué, pero siempre la sentía como un peso grande sobre mis hombros, como una espina clavada en mi corazón de niño.
Me aliviaba mucho oírle a mi padrino Eligio Piña sus cuentos de cosas viejas. Así los llamaba él, desde su inolvidable silleta en la esquina de la calle "El Llanero". Mi padrino contaba de un guerrero que vivió en Sabaneta, allí mismo a pocas cuadras de la "Madre Vieja". Que montaba un caballo negro llamado "Bala" y que sobre su lomo se fue, por los rumbos del Apure, con un fusil al hombro, alzado contra Gómez, el General que mandaba en Caracas. Le decían Maisanta o el Americano. Un día me dijo, mientras yo me iba apurado a seguir vendiendo arañas hacia la Calle Real: "Epa bachaquito, tú llevas la sangre de Maisanta por dentro. Tu mamá es hija de Rafael Infante, uno de los hijos del Guerrero del Caballo Negro. ¡Ese era un revolucionario!".
Salí como disparado por la Calle Real y cuando le pregunté a la mamá Rosa si sería un asesino o sería un guerrero revolucionario, la abuela me dijo que se oían muchas cosas, muchos cuentos y que al final no se sabía la verdad.
Pues bien, han pasado casi cincuenta años y la vida me permitió conseguir la verdad:
¡Ese era un guerrero revolucionario!
Y hoy podemos decir con Fidel: ¡Maisanta, la historia te absolverá!
¡¡Maisanta, que son bastantes!!
¡Maisanta, que venceremos!
Hoy, casi medio siglo después, recuerdo haberlo oído clarito, mientras jugábamos en el patio trasero que daba con la selva por donde cruzaba un camino bordeado de grandes matas de mango y por el cual se podía llegar, allá a lo lejos, a la carretera negra.
Era aquella la casa grande de la bisabuela Marta, allá en las riberas del Caño e´ Raya, donde comienzan las antiguas selvas de Mijagual que se entregan luego en brazos del impetuoso Río Apure. Sí. Lo oímos clarito. Éramos un grupo de niños de entre 6 y 10 años, Adrián, Guillermo, Chiche, Adán, Nacho... Y yo que era de los más pequeños, con el cabello amarillo y hecho todo un amasijo de chicharrones, por lo que todos me decían "bachaco". En verdad era un bachaquito más, en medio de aquellos campos llaneros donde se mezclaron todas las razas; la india, la blanca, la negra, todas.
Lo oímos clarito y salió de la cocina donde hacían la comida, tomaban café y conversaban hombres y mujeres de la familia, entre ellos mi padre y mi madre. Fue como un rayo. "Ese era un asesino" dijo alguien. Hablaban de Pedro, el abuelo de Elena, mi madre. Pedro Pérez o Maisanta. Pedro Pérez Delgado, pues.
Me traje por muchos años aquella especie de condena, "ese era un asesino", y nunca supe por qué, pero siempre la sentía como un peso grande sobre mis hombros, como una espina clavada en mi corazón de niño.
Me aliviaba mucho oírle a mi padrino Eligio Piña sus cuentos de cosas viejas. Así los llamaba él, desde su inolvidable silleta en la esquina de la calle "El Llanero". Mi padrino contaba de un guerrero que vivió en Sabaneta, allí mismo a pocas cuadras de la "Madre Vieja". Que montaba un caballo negro llamado "Bala" y que sobre su lomo se fue, por los rumbos del Apure, con un fusil al hombro, alzado contra Gómez, el General que mandaba en Caracas. Le decían Maisanta o el Americano. Un día me dijo, mientras yo me iba apurado a seguir vendiendo arañas hacia la Calle Real: "Epa bachaquito, tú llevas la sangre de Maisanta por dentro. Tu mamá es hija de Rafael Infante, uno de los hijos del Guerrero del Caballo Negro. ¡Ese era un revolucionario!".
Salí como disparado por la Calle Real y cuando le pregunté a la mamá Rosa si sería un asesino o sería un guerrero revolucionario, la abuela me dijo que se oían muchas cosas, muchos cuentos y que al final no se sabía la verdad.
Pues bien, han pasado casi cincuenta años y la vida me permitió conseguir la verdad:
¡Ese era un guerrero revolucionario!
Y hoy podemos decir con Fidel: ¡Maisanta, la historia te absolverá!
¡¡Maisanta, que son bastantes!!
¡Maisanta, que venceremos!
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